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Hijos míos, llenaos de esperanza y de ánimo: sin pausa trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación45. No volváis mal por mal; procurad obrar el bien, no solo delante de Dios, sino también delante de todos los hombres. A ser posible y en cuanto de vosotros depende, tened paz con todos46.

Recordad muchas veces, para que os sirva de acicate, la queja del Señor: filii huius sæculi prudentiores filiis lucis in generatione sua sunt47; los hijos de las tinieblas son más prudentes que los hijos de la luz. Palabras duras pero muy exactas, porque, por desgracia, se cumplen cada día.

Entretanto, los enemigos de Dios y de su Iglesia se mueven y se organizan. Con una constancia ejemplar, se preparan sus cuadros, mantienen escuelas donde forman directivos y agitadores, y con una acción disimulada –pero eficaz– propagan sus ideas y llevan, a los hogares y a los lugares de trabajo, su semilla destructora de toda ideología religiosa.

Hoy, hijos míos, el marxismo –en sus diferentes formas– está activo: sistemáticamente, intenta dar fundamento científico al ateísmo y, con una propaganda incesante, no tanto clamorosa como individual, critica todo asomo de religión y, configurándose como una fe y una esperanza terrenas, quiere sustituir la verdadera Fe y la Esperanza verdadera.

No comprendo a esas personas que se llaman católicas y que abren los brazos al marxismo –tantas veces condenado por la Iglesia como incompatible con su doctrina–, que dan la mano a los enemigos de Dios, y a los católicos que no piensan como ellos los tratan como enemigos. El católico que maltrata a otros católicos, y trata con aparente caridad a los que no lo son, yerra gravemente, yerra contra la justicia, encubriendo su error con una falsa caridad. Porque la caridad, si no es ordenada, deja de ser caridad.

Notas
45

Rm 14,19.

46

Rm 12,17-18.

47

Lc 16,8.

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